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domingo, 10 de diciembre de 2017

Castillo de Chambord

El que hoy día es el castillo más fantástico de Loira, con su selva de pináculos y torres, sus 440 estancias y sus 600 escalinatas, 365 chimeneas y miles de hectáreas de bosque, no era más un modesto pabellón de caza de los condes de Blois cuando el rey Francisco I lo compró, en 1519, y se dispuso a reconstruirlo. Ello requirió 15 años y el trabajo de 180 obreros sólo para completar el cuerpo central, las alas fueron añadidas posteriormente. Algunos han hablado, sin pruebas, de Leonardo da Vinci como autor del proyecto, pero en realidad el nombre del arquitecto de Chambord sigue siendo desconocido, o quizá el castillo fue resultado de la colaboración de diferentes arquitectos que trabajaron para cumplir los deseos del soberano, que eligió este enclave para levantar su residencia preferida, dado que amaba la caza y a la condesa de Thoury, que vivía en otro castillo cerca de allí, Francisco I quiso recibir aquí al emperador Carlos V y aquí pasó los últimos días de su vida. Su hijo Enrique II continuó con los trabajos, pero tampoco él consiguió verlo terminado, aunque se retiraba a este lugar con frecuencia atraído por los inmensos bosques circundantes en compañía de su esposa Catalina de Médicis, que después de haber pasado una jornada de caza con su esposo subió hasta la terraza para interpretar en las estrellas con los astrólogos los destinos de su reino. Con Luis XIII y Luis XIV, Chambord retomó su función originaria como pabellón de caza, pero el Rey Sol realizó también aquí fastos memorables e hizo representar algunas comedias de Molière, como “El burgués gentilhombre” en 1670. Al siglo siguiente en Chambord se alojó Stanislao, rey de Polonia, que tuvo que abdicar, fue perseguido en su país y posteriormente fue mariscal de Sajonia , que participó en la fiesta de Francisco I rodeándose de una auténtica corte. Napoleón instaló aquí, en primer lugar una corte de la Legión de Honor y después hizo donación al Mariscal Berthier, cuya viuda tuvo que soportar los enormes gastos de mantenimiento. Fue comprado mediante una suscripción popular para donarlo al neonato duque de Burdeos, el <<hijo del maligno>>, hijo póstumo del duque de Berry asesinado por un fanático. Después de la caída de Bortoni, el gobierno francés intentó recuperar el castillo, pero un proceso que duró varios años acabó con el reconocimiento de los derechos del duque, a la muerte del cual, en 1833, pasó a los Bornones-Parma. Por haber servido estos en el ejército austro-húngaro durante la primera guerra mundial, el Estado Francés adquirió Chambord ejercitando su derecho de prelación, al final de otro proceso interminable entre los herederos.

El arabesco “la mujer a la que el viento había insuflado los cabellos” querida por Chateaubriand se debe a Francisco I (1518) envanecido en el Renacimiento italiano, que demolió una antigua fortaleza. Son evidentes las relaciones con el espíritu de Leonardo y con un modelo lígneo en los tiempos de Carlos VIII realizado por Domenico da Cortona, centrado en una edificación de base cuadrada con salones cruciformes que subdividían cada planta en cuatro sectores. Los trabajos continuaron hasta 1547 aproximadamente y la planta del castillo fue concebida de tal manera que el punto central, la sede de la corte, fue colocada entre el ala de Francisco I y la capilla de gusto italiano, o bien entre el rey y Dios. Reminiscencia medieval son solo las pesadas torres cilíndricas, proyectadas en altura con tejados y chimeneas casi desproporcionadas. Toda la parte superior del castillo está recorrida por buhardillas de estructuras de línea italianizantes, pabellones, torretas, nimbos y frontones. De un estilo que recuerda a Leonardo son las grandes terrazas, por las cuales la corte podía pasearse y apartarse para observar el campo y las jornadas de caza, pero sobre todo la doble escalera de caracol sostenida por ocho pilares cuadrados, situados en el centro de la sala en forma de cruz que unía los diferentes niveles. La repartición de las plantas en estancias es idéntica a la que se encuentra en las villas de los Médicis, y los techos con casetones remiten al gusto clásico. Casi todas las cuatrocientas o más estancias disponían de un hogar, pero, en cambio, los servicios higiénicos estaban en la planta baja.

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