Exaltado por Byron como el nuevo Edén, pero denigrado por otros como lugar de encuentro de todos los locos, Sintra, situada en la base de la sierra homónima a unos treinta kilómetros de Lisboa , era la residencia veraniega de los reyes portugueses desde que , en 1493, el rey Joao y la reina Leonora subieron hasta la cueva en la cima del monte donde se había aparecido la virgen, y permanecieron arrodillados durante once días delante de su imagen.
Por ello en la ciudad fue construido un palacio real, ampliado y embellecido por los siguientes soberanos hasta el siglo XVIII, y en la montaña se levantó en 1503 un pequeño convento completamente de madera, que en 1511 fue sustituido por otro más amplio de piedra habitado por los monjes jerónimos. El 30 de septiembre de 1743, precisamente cuando se estaba celebrando la fiesta del patrón cayó un rayo sobre la capilla y provocó un incendio que destruyó gran parte del monasterio. Diez años después un terremoto destruyó el resto. Pero los últimos monjes solo se fueron en 1834 abandonando todo lo que quedaba que fue, poco a poco, invadido por una abundante vegetación.
Impactado durante un paseo por la romántica fascinación de aquellas ruinas, Ferdinando de Sajonia-Coburgo-Gotha príncipe consorte de la reina María II, lo compró para transformarlo en su principal residencia. Para completar las obras contrató al arquitecto alemán Ludwig von Eschwege y al escenógrafo italiano Demetrio de Cinnati, que todavía necesitaron de 47 años; el Castillo de Penha es decir “de la Roca”, fue únicamente terminado en 1885, año de la muerte del rey. El resultado de casi medio siglo de obsesiva pasión por las artes de todo tipo y procedencia fue un pintoresco palacio-castillo que es casi una absurda mezcla de estilos árabe, gótico, manuelino, renacentista, barroco y un dédalo de bóvedas, puentes levadizos, torreones, capillas y claustros, además de una acumulación de esculturas, pinturas, tapices y cerámicas. Todo ello rodeado por un inmenso parque que reúne camelias, plátanos, hortensias y abetos, y dónde los geranios forman matas tan densas que los rayos del sol no llegan a penetrar, u parque que se extiende por dos montañas y comprende las ruinas de otro castillo, el de los Moros, levantado por los conquistadores árabes en el siglo VIII, con una enorme muralla almenada que asciende en una colina desde la que se disfruta de una vista hasta llegar al mar.
El fantasmagórico castillo de Penha de vivísimos colores (muros grises de antracita, minaretes amarillos y torretas carmesí) y formas caprichosas esta situado en el lado septentrional del homónimo monte granítico, no lejos del castillo levantado por los árabes del siglo VIII. Su arquitecto, Ludwig von Eschwege, hizo un viaje de estudio por Gran Bretaña, Alemania y Suiza a fin de recoger ideas para su proyecto. Los trabajos duraron desde 1839 hasta 1885.
Del antiguo convento solo se conserva la capilla, enriquecida con numerosas obras de arte, y sobre todo el espléndido claustro de estilo manuelino (con abundancia de estilo gótico, mudéjar y plateresco que comenzó en el último tercio del siglo XV).
Cada elemento decorativo del complejo posee importantes valores artísticos o mágicos, si bien en el interior se pasa del Egipto antiguo a la cultura marroquí, del gótico al barroco, del manuelino al art déco, con abundantes arreglos de gran valor. Al salón nobiliar se llega a través de una majestuosa escalinata: estucados realizados a modo de rosas y plantas adornan paredes y techos de los que cuelga una conocida lámpara neogótica de bronce dorado con setenta y dos candelas. En 1995 Sintra y su sierra fueron declarados por la UNESCO patrimonio de la humanidad.
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