Tras su segunda victoria, el valle del Po estaba prácticamente en poder de Aníbal. Las tropas romanas que seguían en la zona, se hallaban confinadas en las colonias de Placentia y Cremona y no se atrevían a salir por miedo a la caballería enemiga, de modo que debían recibir provisiones por medio de barcas que remontaban la corriente del gran río.
Durante el invierno, Aníbal dio descanso a sus hombres y siguió enviando embajadores a las tribus galas para conseguir más alianzas. También soltó a los prisioneros italianos que tenía consigo, con la condición de que llevasen el siguiente mensaje a sus tribus: "Aníbal Barca, no había venido a conquistar, sino a liberar Italia del yugo romano".
Para conseguir que los italianos abandonasen su alianza con Roma, Aníbal y sus hombres tenían que acercarse a ellos viajando hacia el sur. Así pues, Aníbal se puso en marcha en la primavera del año 217 a.C. y se dispuso a cruzar los Apeninos. Sorteó sin problemas aquel obstáculo, sin embargo, al bajar se encontraron con que el río Arno se había desbordado y el terreno empantanado. Tres jornadas se necesitaron para cruzar aquel terreno, y el mismo Aníbal sufrió las consecuencias de aquella hostilidad, contrayendo una infección ocular que le provocó la pérdida de la visión del ojo derecho.
En Roma acababan de elegir a Flaminio, y al que Polibio llamaba "demagogo" por su actuación anterior como tribuno de la plebe. Sabiendo que Aníbal sólo podía tomar dos rutas para llegar a su objetivo, el senado envió a Servilio a Ariminio, en la costa del Adriático, mientras que Flaminio se dirigió a Arretio, en Etruria. El plan era averiguar lo antes posible qué camino tomaban los cartagineses y mandarse emisarios para reunir ambos ejércitos para que luchasen contra el enemigo.
Aníbal fue más veloz y sobrepasó la posición de Flaminio, cuando este se dio cuenta, envió un mensaje a Servilio para iniciar la persecución de los cartagineses. El ejército romano persiguió a Aníbal y sus hombres, y por doquier encontró huellas de saqueos, lo cual animó más a los romanos que estaban ansiosos de guerra.
Había sólo una jornada de distancia entre ambos ejércitos. Aníbal arribó el 20 de junio hasta el lago Trasimeno. Al atardecer del mismo día, Flaminio y su ejército llegaron a la orillas del lago, sin embargo, era muy tarde para atacar, así que decidieron pernoctar en el sitio.
El día 21 amaneció con bruma, a pesar de la escasa visibilidad, Flaminio ordenó acelerar la marcha de sus hombres para sorprender sus enemigos. El ejército viajaba en orden de marcha, no de batalla. Eso significa que en vanguardia iban destacamentos de caballería romana y aliada, más las tropas aliadas de élite y que estaban a disposición directa del cónsul. Detrás venía la infantería aliada que formaba el ala derecha, las legiones propiamente romanas y, por último, las tropas del ala izquierda. Cada una de las legiones, a su vez, formaba en tres columnas de marcha, con los astados, los príncipes y los triarios caminando en paralelo de tal manera que bastaban unas rápidas órdenes de corneta para girar hacia la izquierda y dejar a los astados mirando al frente.
Cuando la vanguardia de Flaminio llegó al punto donde el camino empezaba a subir, se encontró con las tropas de Aníbal. En ese momento comenzaron a sonar las trompetas que despertaron ecos metálicos por las frondosas laderas que flanqueaban la orilla norte del lago. A lo largo de toda la línea de marcha, los romanos se volvieron a su izquierda, perplejos y asustados. De entre los árboles y la bruma, como fantasmas, surgían miles de enemigos que los atacaban a grito de guerra.
Los romanos cayeron en la emboscada que planeó Aníbal; cuando la vanguardia de Flaminio se topó con los iberos y los libios, la retaguardia había sobrepasado ya la posición donde se encontraba parte de la caballería de Aníbal, cerrando aquel cepo gigante.
Aunque habían sido sorprendidos en una posición indefendible , los romanos resistieron con fiereza. Flaminio intentó poner orden entre sus tropas. Sin embargo, debido a su atractiva y suntuosa armadura, propia de un cónsul, fue un blanco fácil de reconocer. Ducario, un guerrero insubre, lo reconoció y se abalanzó sobre él, seguido de más jinetes celtas. El escudero del cónsul se interpuso en su camino, pero Ducario lo apartó y atravesó con su lanza a Flaminio. Sin embargo no logró expoliarlo como deseaba porque los triarios protegieron el cadáver de su general.
La pelea se prolongó durante tres horas, pero la mayoría de los romanos estaban condenados, los únicos que salieron bien parados fueron las vanguardias. Allí, unos seis mil hombres consiguieron abrirse paso entre los enemigos y lograron huir de la trampa cartaginesa. Los romanos y sus aliados perecieron en gran número. Muchos abandonaron las armas y se dirigieron al agua donde terminaban hundiéndose por el peso de sus armas, algunos murieron ahogados y otros decapitados.
Los supervivientes de la vanguardia fueron perseguidos por Marhábal, jefe de la caballería cartaginesa. Marhábal consiguió que le entregaran las armas con la promesa de dejarlos marchar, pero cuando lo hicieron los apresó y los llevó con los demás. Como en ocasiones pasadas, Aníbal dejó libres a los prisioneros que no eran romanos...
Fuente y créditos a : Roma Victoriosa de J. Negrete
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