Zeus es el más grande de los dioses del panteón helénico. Es el dios de la luz, del cielo sereno, del rayo, del orden universal y el encargado de salvaguardar la justicia, pero no se le identifica con el cielo, como Apolo no se identifica con el Sol, o Poseidón con el mar; ese puesto es de su abuelo, Urano.
Como todos los dioses olímpicos, Zeus pertenece a la segunda generación de los dioses. Su padre, Cronos, fue advertido por un oráculo sobre su destronamiento a manos de uno sus hijos, es por ello que devoró a cada uno de ellos, excepto a Zeus quien fue resguardado por su madre, y enviado a Creta para que allí creciera y fuera educado por las ninfas. Al llegar a la edad viril decidió confrontar a su padre, y liberar a sus hermanos, para esto pidió consejo a Metis, quien le facilitó una pócima que hizo vomitar a Cronos. La lucha por el poder duró diez años, y los olímpicos resultaron vencedores, en aquella lejana época, Zeus recibió de mano de los cíclopes, el rayo que tanto le caracteriza, y también desde ese tiempo quedó decidido el reparto del gobierno del mundo.
Gracias a las obras de los antiguos poetas, podemos saber que Zeus corrientemente habita en el Monte Olimpo, y que ocasionalmente baja a la tierra para caminar entre los mortales; uno de sus lugares predilectos es Etiopía, pueblo piadoso entre todos los pueblos. A pesar de ser el Dios de mayor jerarquía de todos los existentes de Grecia, no escapa de los Hados, a los cuales está sometidos como todo ser. Es un ser providencial, y está consciente de su responsabilidad, es el único que no se deja llevar por sus caprichos, excepto si se trata de caprichos amorosos. También es el dispensador de los males y de los bienes.
Su aparición en diversos episodios mitológicos son tan grandes en número, que cada uno de ellos merece ser tratado por separado.
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