Fue Galeazzo II Visconti, señor de Milán, quien hizo construir en 1638, un gran castillo que tomó el nombre de la Porta Giovia abierta en las murallas de la ciudad; una poderosa fortaleza que debió defender a los milaneses de los enemigos exteriores y también mantener el respeto de los interiores, hostiles a la dinastía. Todavía no era utilizado como residencia; solo el último de los Visconti, Filippo María, se trasladó a vivir de manera estable. Tras su muerte, en 1447, los ciudadanos proclamaron la República Ambrosiana y demolieron el Castillo, considerado como símbolo de la tiranía.
Pero tres años después, caída también la República en un estado de guerras intestinas, el nuevo duque de Milán, Francesco Sforza hizo comenzar la reconstrucción del castillo que desde entonces sería llamada Sforzesco, confiando la dirección de las obras a los arquitectos Giovanni da Milano y Jacopo da Gortona primero, después al Filarete, encargado de construir la torre central y finalmente a Bartolomeo Gadio. A la muerte del Duque, en 1466, habían sido terminadas las principales partes del castillo, pero su sucesor, Galeazzo María, hizo añadir otras zonas de carácter residencial, entre ellas la Rocchetta. Pero fue Ludovico el Moro el que hizo del Castillo de Sforzesco la más fastuosa residencia señorial de Italia, para lo que encargo que la decoraran y la embellecieran no sólo los mejores artistas lombardos, sino también Bramante y Leonardo da Vinci y además celebró banquetes y fiestas que sorprendían a los convidados por su magnificencia y riqueza; destacaron entre otras las celebradas por la boda entre Gian Galezzo Sforza e Isabel de Aragón, en 1489, y dos años después la del mismo Ludovico con Beatriz d´Este. Estos esplendores finalizaron, no obstante, muy pronto, ya que una vez hundido el Moro, el castillo se rindió sin resistencia a los invasores franceses en 1499. En cambio Maximiliano Sforza, tuvo que asediarla, en 1513, casi un año antes de recuperarla los franceses, y poco después, en 1515, fue obligado a encerrarse en el frente al ataque de su antiguo enemigo, que en poco tiempo lo obligó a rendirse.
El castillo padeció daños muy graves en 1521, cuando un rayo hizo explotar un polvorín situado en una torre. Los españoles, nuevos dominadores de Milán, lo restauraron y rodearon toda la estructura del siglo XV con murallas y contrafuentes que lo transformaron en una completa ciudadela, que no sirvió para mucho porque los siguientes conquistadores: imperiales, saboyas, españoles, austriacos, franceses y rusos, consiguieron siempre la rendición sin demasiado esfuerzo. Demolida la fortaleza por ordenes de Napoleón, permaneció el castillo, que bajo los austriacos se convirtió en un cuartel. Desde aquí Radetzky reprimió a la insurgente Milán durante las Cinque Giornate. Reducida a un estado deplorable, la antigua maravilla de los Sforzza no tenia más futuro, en 1880, que ser demolida, pero afortunadamente la Società Storica Lombarda llegó en su auxilio, y las profundas obras de restauración dirigidas por el arquitecto Luca Beltrami le devolvieron parte de su aspecto original.
Todo lo que permanece de una de las más importante plazas fuertes de Europa se reduce a un enorme castillo de planta cuadrada, en el cual la torre llamada Filarete divide la larga fachada que va desde la torre del Santo Espíritu a la de los Carmini, ambas circulares y construidas con almohadillados a fin de que una tranquilizadora elegancia ayudara a su inexpugnabilidad. Más allá del patio interior se abre un extremo del refugio de la cuadrada Rocchetta y la rectangular corte ducal, denominada por la torre de Bona de Saboya y cerrada en su cúspide por torreones cuadrados.
En su interior se encuentran excepcionales museos que exhiben obras maestras de gran valor como la Pietà Rondini de Miguel Ángel, los doce Tapices Trivulzianos de los Meses, el Sepulcro de Gaston de Foix, de Bambaja, pintados por Mantenga, Lotto, Luini y van Dyck. Y también una de las más bellas colecciones del mundo de instrumentos musicales construidos con todo tipo de materiales: mayólica, madera. etc. Entre los muros se encuentra también la conocidísima biblioteca de Trivulziana, la colección de documentos impresos de Bertarelli, el medallero y la colección numismática de Milán.
Pero tres años después, caída también la República en un estado de guerras intestinas, el nuevo duque de Milán, Francesco Sforza hizo comenzar la reconstrucción del castillo que desde entonces sería llamada Sforzesco, confiando la dirección de las obras a los arquitectos Giovanni da Milano y Jacopo da Gortona primero, después al Filarete, encargado de construir la torre central y finalmente a Bartolomeo Gadio. A la muerte del Duque, en 1466, habían sido terminadas las principales partes del castillo, pero su sucesor, Galeazzo María, hizo añadir otras zonas de carácter residencial, entre ellas la Rocchetta. Pero fue Ludovico el Moro el que hizo del Castillo de Sforzesco la más fastuosa residencia señorial de Italia, para lo que encargo que la decoraran y la embellecieran no sólo los mejores artistas lombardos, sino también Bramante y Leonardo da Vinci y además celebró banquetes y fiestas que sorprendían a los convidados por su magnificencia y riqueza; destacaron entre otras las celebradas por la boda entre Gian Galezzo Sforza e Isabel de Aragón, en 1489, y dos años después la del mismo Ludovico con Beatriz d´Este. Estos esplendores finalizaron, no obstante, muy pronto, ya que una vez hundido el Moro, el castillo se rindió sin resistencia a los invasores franceses en 1499. En cambio Maximiliano Sforza, tuvo que asediarla, en 1513, casi un año antes de recuperarla los franceses, y poco después, en 1515, fue obligado a encerrarse en el frente al ataque de su antiguo enemigo, que en poco tiempo lo obligó a rendirse.
El castillo padeció daños muy graves en 1521, cuando un rayo hizo explotar un polvorín situado en una torre. Los españoles, nuevos dominadores de Milán, lo restauraron y rodearon toda la estructura del siglo XV con murallas y contrafuentes que lo transformaron en una completa ciudadela, que no sirvió para mucho porque los siguientes conquistadores: imperiales, saboyas, españoles, austriacos, franceses y rusos, consiguieron siempre la rendición sin demasiado esfuerzo. Demolida la fortaleza por ordenes de Napoleón, permaneció el castillo, que bajo los austriacos se convirtió en un cuartel. Desde aquí Radetzky reprimió a la insurgente Milán durante las Cinque Giornate. Reducida a un estado deplorable, la antigua maravilla de los Sforzza no tenia más futuro, en 1880, que ser demolida, pero afortunadamente la Società Storica Lombarda llegó en su auxilio, y las profundas obras de restauración dirigidas por el arquitecto Luca Beltrami le devolvieron parte de su aspecto original.
Todo lo que permanece de una de las más importante plazas fuertes de Europa se reduce a un enorme castillo de planta cuadrada, en el cual la torre llamada Filarete divide la larga fachada que va desde la torre del Santo Espíritu a la de los Carmini, ambas circulares y construidas con almohadillados a fin de que una tranquilizadora elegancia ayudara a su inexpugnabilidad. Más allá del patio interior se abre un extremo del refugio de la cuadrada Rocchetta y la rectangular corte ducal, denominada por la torre de Bona de Saboya y cerrada en su cúspide por torreones cuadrados.
En su interior se encuentran excepcionales museos que exhiben obras maestras de gran valor como la Pietà Rondini de Miguel Ángel, los doce Tapices Trivulzianos de los Meses, el Sepulcro de Gaston de Foix, de Bambaja, pintados por Mantenga, Lotto, Luini y van Dyck. Y también una de las más bellas colecciones del mundo de instrumentos musicales construidos con todo tipo de materiales: mayólica, madera. etc. Entre los muros se encuentra también la conocidísima biblioteca de Trivulziana, la colección de documentos impresos de Bertarelli, el medallero y la colección numismática de Milán.
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