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miércoles, 15 de noviembre de 2017

DIÓGENES: EL FILÓSOFO QUE VIVIÓ COMO UN PERRO



Diógenes nació en Sínope, hijo de un acaudalado banquero, pero fue obligado al destierro por una acusación de falsificación de moneda. Diógenes se justificó alegando que sólo cumplió el mandato del Oráculo de Delfos que le ordenó, según sus palabras, "invalidar la moneda en curso". Tiempo después comprendió el sentido verdadero de la sentencia: rechazar la moneda de la falsa sabiduría convencional, demostrando la superioridad de la naturaleza sobre la costumbre. Esta idea se convertiría en el eje de su vida. 

Diógenes fue seguidor del filósofo Antístenes, un discípulo de Sócrates, que había fundado la escuela de los cínicos, llamada así por su insistencia en señalar los vicios de la ciudad, "ladrando" contra ellos desde una tribuna (kynikós significa canino en griego). Esta escuela filosófica se caracterizó por la renuncia a los bienes materiales y a los placeres sensuales, Diógenes llevó al extremo estas enseñanzas, como lo atestiguan las numerosas anécdotas que recogió Diógenes Laercio en su obra "Vidas de filósofos ilustres". 



Como un pobre que no buscaba bienes ni fortuna, se aposentó en el Ágora, donde dado la frecuente actividad pública que ocurría en aquel lugar, era común que la gente le gritara "Perro", a lo que él replicaba "Perros sois todos vosotros que me rondáis cuando como".

Diógenes se acostumbró a usar cualquier cosa en cualquier lugar para satisfacer sus necesidades, ya fuera para dormir, comer o satisfacer sus necesidades fisiológicas. La tinaja de vino que le sirvió a veces de cubículo era toda una declaración de principios: el hombre había de volver a la naturaleza a través de una rigurosa contención para conquistar su propia libertad. Diógenes prefería criticar el mundo desde la pobreza a hacerlo desde el seno de una sociedad embrutecida por el dinero.

En una ocasión en el que se le acercó el mismísimo Alejandro Magno y le dijo "Pídeme lo que quieras", Diógenes que estaba tomando el sol, le espetó: "Apártate y no me hagas sombra". Alejandro, impresionado, se dijo a sí mismo al marcharse: "Si no fuera Alejandro, yo quisiera ser Diógenes". 

Su actitud le valió el desprecio de la mayoría de los filósofos, aunque parece que esto no le preocupó. Poco le interesaron los debates que encendían las discusiones de su época. Su filosofía consistía en la práctica de pocos y sencillos pasos éticos ante los cuales resultaban inútiles los grandes sistemas filosóficos. Se dice que un día, Diógenes pasó a las afueras de la Academia de Platón y viendo que este defendía ante sus alumnos la tesis de que el hombre es un animal bípedo sin plumas, tomó un gallo le arrancó las plumas y lo echó en medio de la Academia al grito de: ¡Ahí va un hombre de Platón!.

Tras sus actitudes que le hacían ver como un loco ante el ciudadano promedio, la conducta de Diógenes tenía un trasfondo: limitar los deseos a las verdaderas necesidades que la naturaleza prescribe, pues es condición de los dioses no desear nada (ni siquiera los sacrificios con que se les rinde culto), comportamiento a imitar por quienes querían parecerse a ellos.

En una ocasión, Diógenes empezó a pasearse con una linterna en pleno día, proclamando por el ágora que buscaba un ser humano. Cuando exclamó: "A mi, hombres", Algunos se acercaron, pero el filósofo los ahuyentó con un bastón, diciendo: Clamé por hombres, no por desperdicios". 

Al llegar a la vejez, uno de sus amigos le aconsejó que relajara un poco su rigurosa vida, a lo cual contestó Diógenes: Esto es como si, en plena carrera y cuando estuviera a punto de alcanzar la meta, se me aconsejara que parase".

Murió, pues, en la misma pobreza en la que había vivido, como parece revelar este ruego al barquero Caronte:

"Acoge, aunque lleves tu barca espantable de muertos cargada, el perro Diógenes. No tengo equipaje, sino una alcuza, la alforja, mi mísera capa y el óbolo con el que pagan los muertos su paso. Cuanto en la vida tenía, todo ello lo llevo conmigo al Infierno; nada en el mundo he dejado"

Fuente: Historia. National Geographic. No.145. Artículo de Laura Manzanera. 



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