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miércoles, 6 de septiembre de 2017

ANÍBAL LA PEOR PESADILLA DE ROMA: EL CRUCE DE LOS ALPES


En la primavera del año 218 a.C. la guerra entre Roma y Cartago estaba declarada. Los cónsules de aquel año eran Publio Cornelio Escipión y Tiberio Sempronio Longo. Los romanos estaban dispuestos a llevar el conflicto en dos escenarios; los senadores encargaron a Escipión la guerra en Hispania con el objetivo de "clavar" a Aníbal  y a Sempronio le otorgaron el gobierno de la provincia de Sicilia con la mirada puesta en un ulterior asedio a Cartago. 

Para la empresa se reclutaron seis legiones. Cada cónsul contaba con dos, y las restantes se le otorgaron al pretor Lucio Manlio para que se dirigiese a la Galia Cisalpina. Precisamente allí, recién había estallado una revuelta de los boyos y de los insubres, quienes estaban enfurecidos porque cada vez había más romanos en sus tierras. Este contratiempo le costó a Roma más de mil hombres, resultados de un par de emboscadas. 

Mientras los romanos hacían sus preparativos, Aníbal estaba decidido a actuar con agresividad en contra de sus enemigos. Confiado en que los galos del Valle del Po le brindarían su ayuda, así como otras tribus hostiles a Roma, decidió emprender su camino a los Alpes. 

A finales de la primavera del 218, Aníbal salió de Cartago Nova. Llevaba con él noventa mil soldados de infantería, doce mil de caballería y treinta y siete elefantes. Dos meses después llegó a los Pirineos, tras sojuzgar toda la región norte del Ebro. Allí dejó tropas como guarnición del territorio recién conquistado y cruzó los Pirineos con una fuerza reducida: cincuenta mil infantes y nueve mil jinetes. 

Con esa hueste avanzó por el sur de la Galia y marchó tierra adentro. Tras los Pirineos, el Ródano fue el obstáculo más importante, con más de doscientos metros de ancho y muy caudaloso. El cruce resultó complicado y tuvieron que recurrir a botes y balsas que les vendieron las tribus de la región, pero los hombres que habitaban del otro lado del río les hicieron frente y los hombres de Aníbal se vieron obligados a combatirles. 

Cuando Escipión llegó tres días después al Ródano con la intención de interceptar a Aníbal, descubrió que éste se había adelantado. Entonces decidió enviar a su hermano Cneo a Hispania con su ejército, y él regresó a Italia en barco para hacerse cargo de las dos legiones que se encontraban en el Valle del Po. Por su parte, el Senado hizo volver a Sempronio de Sicilia, abortando sus planes iniciales. 

Aníbal y sus hombres continuaron su travesía hacia el norte durante unos días. Para ese entonces lo acompañaban treinta y ocho mil infantes y ocho mil jinetes. A principios del mes de noviembre finalmente los cartagineses giraron hacia el este y acometieron la subida de los Alpes. 

La travesía de los Alpes fue, sin duda, muy complicada. El ejército tenía que viajar por los valles fluviales, pero resultaba muy fácil perderse en gargantas sin salida o ser arrastrado por las aguas crecientes. Aunado a lo anterior, en el camino los cartagineses sufrieron emboscadas constantes de las tribus que habitan la región, sobre todo los belicosos alóbroges. Además la escasez de provisiones se hizo latente, y el ambiente no era propicio ya que las nevadas eran comunes en esa época del año. 

Tras coronar el paso nueve días después. Aníbal dio un descanso a sus tropas y las arengó, aprovechando que desde las alturas ya se divisaba las llanuras del valle del Po. Después emprendieron el descenso, pero los últimos días del viaje resultaron aún más peligrosos. El camino era tan escarpado y resbaloso que muchos hombres y bestias cayeron al vacío. 

Hubo un punto  en que se encontraron atascados por culpa de un corrimiento de tierras. Tuvieron que excavar para abrir un camino, y aunque al día siguiente los hombres y los animales de carga pudieron pasar, tuvieron que esperar tres días más para que el camino fuera propicio para los elefantes. Para romper algunos peñascos, los cartagineses prendieron hogueras hasta calentarlas y luego les echaron vinagre encima, lo que disolvió la calcita de la roca lo suficiente para ablandarla y poder abrirla con palancas de hierro. 

Por fin, quince días después de haber emprendido el cruce de los Alpes y cinco meses de haber partido de Cartago Nova, el ejército llegó a la llanura del norte de Italia. En ese momento, Aníbal miró a sus hombres, pasó revista, y dio cuenta de que contaba con veinte mil soldados de infantería y seis mil de caballería...

Los primeros enfrentamientos en suelo italiano estaban por venir...

Fuente y créditos por el texto: Javier Negrete. Libro: Roma Victoriosa -recomendado por si quieren saber más del tema-




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