Tiempo después de los asedios que sufrió París, la región se vio librada de ataques durante un lapso de veinte años. Hasta que hacia el año 911 de nuestra era, en el curso inferior del Sena apareció un nuevo caudillo vikingo de nombre Hrolf Ganger, apodado "el caminante", debido a su imponente estatura de más de dos metros y 140 kilos de peso no había montura que lo soportase.
Carlos "el simple", rey de los francos, consciente de lo difícil que sería expulsar de su territorio a los vikingos, y consciente también de la merma que supondría a su tesoro el pago de tributo a sus enemigos, ofreció a Hrolf territorio con algunas condiciones. En primer lugar, Hrolf tenía que bautizarse, sólo siendo cristiano tendría derecho a lo prometido. En segundo lugar, su principal misión sería impedir el paso de barcos vikingos en el curso del Sena. Y por último, el pacto exige vasallaje hacia el rey Carlos, como parte del protocolo el caudillo vikingo tiene que arrodillarse y besar el pide del rey franco, algo extraño e inconcebible para la cultura nórdica. Skimir, el hombre más cercano a Hrolf, siente la angustia del caudillo y se acerca a él para decirle algo, él irá en su representación y besará el pie del rey. Días después el obispo encargado del bautizo de Hrolf lee públicamente su nuevo nombre cristiano: Rollo
Rollo se instala en Ruan, Normandía ha nacido. Ha visto la luz uno de los estados más prósperos y eficientes de la Europa feudal. Desde ese entonces, aquellos pioneros comienzan el proceso de transformación de vikingos a normandos. Convertidos al cristianismo, se instalan a lo largo y ancho del ducado, se casan con mujeres francas y los hijos que resultan de esas uniones poco tienen que ver con sus antepasados, su lengua madre ahora ya no es el nórdico, y poco a poco se van olvidando de sus raíces.
Las fronteras del ducado se expandió hacia la península de Confetin. La prosperidad que alcanzó Normandía atrajo a mercaderes nórdicos llegados desde Dinamarca, Inglaterra y Noruega que querían acceder al importante mercado de Ruán o los nuevos colonos que querían instalarse en un fértil y poco poblado valle lleno de posibilidades. Poco a poco fueron suplantando a la población autóctona; como campesinos provocaron una que otra revuelta, ya que al estar acostumbrados a la libertad de los granjeros nórdicos no estuvieron dispuestos a aceptar todas las imposiciones propias de la Francia medieval.
Pero también llegaron otros vikingos que querían formar parte de la aristocracia militar. Estos, tras el oportuno juramento de vasallaje, recibían del duque una porción de tierra que gobernar. A cambio debían estar dispuestos a cualquier llamada de su señor.
También llegaron barcos de guerra, pero ya no para asolar las costas francesas o invadir el curso del Sena, sino como punto de parada para de ahí partir a otros destinos que saquear como la península ibérica. Con el tiempo, tal como cuentan algunos cronistas, llegarían a España como grupos de mercenarios luchando junto a los reyes cristianos en la Reconquista.
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