Se llamaba Ernest Johann Bürhen, pero se había llamar Biron, afirmando que estaba emparentado con las grandes familias francesas. En realidad, era de origen mucho menos aristocrático, hijo de un noble de poca alcurnia de Westfalia y nieto de palafrenero del ducado de Curlandia. Y aquí (actual Letonia) comenzó su extraordinaria ascensión: fue allí, en Mitau, dónde captó la simpatía primero y la cama después de la zarina viuda Anna Ivanovna, proclamada en 1730 emperatriz de todas las Rusias. Bürhen-Biron pronto se volvió indispensable, no solo como amante ya que liberaba a la zarina del peso de los asuntos de Estado gobernando en su puesto, la alegraba satisfaciendo cada uno de sus caprichos, participaba en su pasión desenfrenada por el lujo y vigilaba su seguridad enviando a los hielos siberianos o a la oscuridad de la miseria a cualquiera que pudiera hacerle sombra. Odiado por todos los demás cortesanos pero muy temido por la influencia que tenía sobre Anna y porque parecía intocable, el favorito fue recompensado con el título de Duque de Curlandia-Semigallia, y en el que fue su dominio quiso hacerse construir un castillo digno de su admirable carrera. Eligió la localidad, que fue Rundale, quiso como arquitecto al gran Francesco Bartolomeo Rastrelli, que construiría después el palacio de Invierno de San Petersburgo, y encargó que los trabajos comenzaran en 1736 por una legión de obreros. Pero su suerte iba a durar poco tiempo más: en 1740, fallecida imprevistamente la zarina Anna Ivanovna, el aborrecido Biron fue arrestado y condenado a muerte, aunque alguno de los nuevos dirigentes de Rusia tuvo piedad de él y le conmutó la pena por el exilio en Siberia. El castillo de Rundale fue confiscado y permaneció inacabado hasta que el condenado fue perdonado por Catalina II en 1762, y pudo retornar, envejecido y carente de cualquier poder, a su tierra, dónde vivió los últimos años de su vida. El castillo pasó después a los condes de Zubov y por matrimonio a los Shuvalov, que lo tuvieron en su poder hasta 1920, cuando con la reforma agraria se convirtió en propiedad de la República de Letonia, instalando en él algunas escuelas elementales y otras actividades. Convertido en museo en 1933, no sufrió daño durante la Segunda Guerra Mundial, aunque en parte fue reducido a granero.
El Rundale no tiene nada de castillo fortificado, su planta más parece la de un Versalles nórdico, tanto que es tenido por el más imponente palacio real de toda Letonia. De hecho fue construido en estilo Barroco-Rococó por el duque de Curlandia, un auténtico soberano, según un proyecto del reconocido arquitecto Bartolomeo Rastrelli, que supervisó en persona la marcha de los trabajos. De San Petersburgo lo acompañaron Francesco Martini y Carlo Zucchi, que pintaron los frescos de las paredes y de los techos, mientras el berlinés Johann Michael Graff realizaba todo su repertorio de estucos. La construcción llevó hasta el Báltico la competición desatada entre las diferentes monarquías europeas para deslumbrar con el esplendor de la decoración de sus castillos y palacios. El castillo estaba dispuesto en torno a un bloque central dónde todavía se hallan la sala del Trono, la sala Blanca y la Gran Galería. Las casi ciento cuarenta estancias de conjunto estaban repletas de obras de arte, hoy día la mayor parte dispersas. Todo fue cuidado con un lujo extraordinario: muebles, lámparas, excelentes suelos de madera y mármoles. Tampoco faltaba un gran parque cubierto de plantas seculares. Actualmente es la sede de un museo
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