En la más antigua ciudad marinera de Suecia, fundada sobre el Kalmarsund frente a la isla de Öland y llamada por esta posición estratégica la llave del reino, el amplio y poderoso castillo tiene todavía el formidable aspecto que tenía hace quinientos años. Al principio, en el siglo XII, era una sencilla torre construida como refugio y defensa frente a los ataques de los piratas que infestaban el mar Báltico. A su alrededor fueron levantándose después de obras defensivas cada vez más importantes, dado que el extremo sur de Suecia pertenecía entonces al reino de Dinamarca y la frontera pasaba cerca de Kalmar, que se convirtió en la principal fortaleza de protección de esa frontera. Mantuvo esta función varios siglos y tuvo, por ello, que sufrir 24 asedios entre 1307 y 1612. Pero Kalmar era también un gran puerto comercial, frecuentado por los barcos de la Liga Hanseática que dominaba el mar Báltico y el Mar del Norte.
En 1397, el castillo fue escenario de un episodio memorable en la historia de Escandinavia: en efecto, en sus estancias se reunieron los delegados de los tres reinos nórdicos que estipularon la unión de Kalmar, atribuyendo la corona de Suecia, Noruega y Dinamarca a un único soberano que fue Enrique VIII de Pomerania, nieto de Margarita I reina de Dinamarca. Sin embargo, la unidad no duró mucho: ciento cincuenta años después, Suecia ya planteaba su propia independencia y Kalmar retomaba su función histórica frente a las invasiones de los daneses.
En la segunda mitad del siglo XVI los soberanos de la dinastía Vasa, Enrique XIV y Juan III hicieron reconstruir el castillo según el estilo renacentista y lo dotaron de gran suntuosidad, convirtiéndolo en su residencia favorita. El último rey de Suecia que vivió allí fue Carlos IX, que reino entre 1673 y 1692. En aquella época Kalmar era una esplendida estancia real y no una fortaleza, ya que Dinamarca había perdido todas sus posesiones en Suecia , que había establecido sus fronteras actuales. Destinado pronto a destilería real y después a prisión, el castillo fue restaurado en el siglo XIX y transformado en museo.
La influencia de la arquitectura alemana llegó hasta Escandinavia, tierra que a partir del siglo XII comenzó a llenarse de castillos. Durante siglos Kalmar fue considerado un baluarte para los reinos del Norte, tanto como para ganarse el apelativo de Llave de Suecia. El perfil actual se debe a la reconstrucción que realizó Gustav Vasa que añadió los contrafuertes, las murallas y los colosales y poderosísimos torreones para la artillería. Las preciosas torres cilíndricas del castillo propiamente se valían de recursos estilísticos franceses, aunque los característicos tejados sinuosamente amplios se podían encontrar desde el Moritzburg sajón hasta todo el Báltico. A pesar de los veinte asedios que sufrió y de haber sido dedicado a los más diversos usos (armería, granero, prisión, museo, etc.) en su interior pueden verse todavía abundantes restos de arquitectura gótica y se conserva la Sala Regia embellecida con una preciosa decoración en madera, o la Cámara de Oro, recuerdo de los banquetes de Johann III, que conserva el brillo de si pasado en el esplendor de los techos tallados y pintados. Si en el patio central se conserva un pozo monumental de líneas germánicas, en el occidental, casi como para evocar detalles del Coliseo, destaca un fastuoso portal labrado según los modelos romanos, con columnas dobles dóricas y cortinas en los lados, mientras que en el centro domina el escudo de los Vasa, reyes de Suecia.
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