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sábado, 5 de agosto de 2017

Castillo de Hohensalzburg (Austria)

Antes de ser conocido entre los melómanos del mundo como la ciudad de Mozart, Salzburgo podía exhibir otro título no menos vistoso, el de la Roma alemana, como capital religiosa de la Alemania Católica. De hecho había sido fundada por un santo, Rupert, obispo de Worms, que construyó un monasterio sobre Mönchesberg, entre las ruinas de la romana Juvavum destruida por los hunos, mientras su nieto fundaba en la orilla del Salzach el convento femenino de Nonnberg, entre ambos asentamientos se levantó, en la parte más baja, el burgo. Sobre ellos, los sucesores de Rupert reinaron con la protección de los duques de Baviera primero y de los emperadores después, extendiendo su poder y sus posesiones, y convirtiéndose en arzobispo en 784 gracias a Carlomagno, y en príncipe del imperio en 1278 gracias a Rodolfo de Habsburgo. Y como príncipes más que como hombres de la iglesia se comportaron siempre: en 1077 Geobard se hizo construir sobre otra escarpada colina, la fortaleza de Hohensalzburg, que se convirtió en residencia arzobispal. Continuada y ampliada hasta transformarse en uno de los complejos militares más importantes de la Europa central, sirvió de refugio a los arzobispos en tiempos inseguros, por ejemplo, entre 1520 y 1526, cuando las revueltas de los campesinos recorrieron Alemania ya alterada por la rebelión religiosa de Lutero. Aquellos príncipes eclesiásticos no se mostraron comprensivos ni condescendientes con sus súbditos, más bien prefirieron blandir la espada antes de atender sus demandas. Leonhard II von Kautsofeach sometió a los notables de la ciudad porque pretendían tomar partido por el emperador y no por él, de manera que en el año 1511 tuvo que encerrarse precipitadamente en Hohensalzburg para escapar a las consecuencias de una revuelta de los habitantes del burgo maltratados y enfurecidos. Sin embargo, tuvo el mérito de transformar el castillo en una ostentosa edificación de tipo renacentista. La figura más cautivadora en esta serie de insensibles prelados fue la de Wolf Dietrich von Baitenau que preferiría presentarse como Archiepiscopus et princeps. Elegido en 1587 por los canónigos de la catedral, con apenas veinte años, era un arzobispo religiosamente mundano, amaba las letras, las artes y la música (él fue quien en 1591 fundó la Salzburger Hofkapelle) y transformó la diócesis en una corte.

El fastuoso Hohensalzburg le quedaba pequeño y, por eso, comenzó la renovación arquitectónica de la ciudad llenándola de construcciones según en nuevo estilo de la Contrarreforma que desde Roma se estaba se estaba difundiendo por toda la Europa católica: levantó la residencia para sí y el Schloss Mirabell para su bellísima amante Salome Alt, reconstruyó la vieja catedral románica destruida por un incendio, y la leyenda dice que fue él mismo quien provocó el incendio, como un Nerón eclesiástico, porque no soportaba más celebrar misas en aquella antigualla. El destino fue cruel con Wolf Dietrich que deseaba abandonar para siempre el incómodo Hohensalzburg y trasladarse al centro de la ciudad para instalarse en su nueva y lujosa residencia, pero en el año 1611, después de 24 años de reinado, fue capturado y encarcelado por el duque Maximiliano de Baviera, por el que había tenido enfrentamiento por cuestiones territoriales. Un nuncio papal se lo hizo entregar, pero obligándolo a la dimisión, y su sucesor, Markus Sittich von Hohenems, lo recluyó en una estancia del odiado Hohensalzburg, dónde el arzobispo depuesto permaneció consumido por la tristeza y la añoranza durante diete años, acabando por morir de pena en 1617.

La parte más antigua y el núcleo central, llamado Viejo castillo, fueron sometidas a obras de modernización en el siglo XV. A esta época se remonan también las torres cierculares de las mirallas exteriores. Fue considerablemente ampliado por el arzobispo Leonhard von Keuyschach (1495-1519), hasta el punto de convertirse en una autentica ciudadela fortificada sobre el Mönschberg.

Los bastiones exteriores fueron añadidos en el siglo XVI y XVII, por el temor ante la amenaza de invasiones turcas. Los barrios residenciales fueron modernizados, creando edificios suntuosos pero solemnes, como la celebérrima sala de Oro, con columnas trenzadas de mármol rojo, techumbres preciosas, complejas decoraciones góticas y una grandiosa estufa de mayólica ricamente adornada con figuras de santos, espectacular ejemplo del arte tardomedieval. Desde 1892, un cómodo funicular permite llegar cómodamente hasta el castillo, rebosante de obras de artes.

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