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domingo, 27 de agosto de 2017

APOLO Y DAFNE


Apolo es un dios perteneciente a la segunda generación de los Olímpicos. Es hijo de Zeus y Leto, y hermano de la diosa Ártemis. Además de ser protector de la música y las artes, también lo es de la caza, por ello sus atributos son el arco y las flechas. 

Apolo fue el encargado de darle muerte al dragón Pitón que se encontraba en Delfos. Aquel día mientras regresaba de su hazaña, se encontró con Eros (Cupido para los romanos) y se mofó de él al verle usar el arco. Eros no se quedó con los brazos cruzados y maquinó una venganza. 

Una tarde mientras Apolo se encontraba en el bosque cazando, Eros observó cerca de él a una hermosa joven, que en realidad era la ninfa Dafne. El dios del amor decidió aprovechar el momento y lanzó una flecha de oro hacia Apolo, lo que le produjo un amor incontrolable, por otra parte, a Dafne le hirió con una flecha de plomo o de plata, lo cual provocó un efecto contrario, es decir, odio y repulsión hacia el amor. Cuando Apolo observó a la ninfa no pudo resistir el deseo de unirse a ella. 

Apolo decidió perseguir a Dafne, pero no lograba darle alcance, la joven, aterrorizada decidió rogar ayuda a su padre, el río Peneo, quien no dudó en auxiliarle y le convirtió en laurel. Cuando Apolo por fin logró alcanzar a la ninfa, observó cómo poco a poco sus miembros se iban convirtiendo en ramas, y su cabello en hojas, hasta que su cabeza se convirtió en la copa de un hermoso árbol. 

Afectado por la situación, Apolo juró honrar la memoria de su amada, y decidió que las hojas del laurel adornaran su cabeza, así como la de todo aquel guerrero y deportista digno de ser recordado. 

Un soneto de Garcilaso de la Vega, habla sobre este hermoso mito:

A Dafne ya los brazos le crecían 
y en luengos ramos se mostraba 
en hojas verdes vi que se tornaban
los cabellos que el oro oscurecían 

De áspera corteza se cubrían 
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban, 
y en torcidas raíces se volvían 

Aquel que fue la causa de tal daño, 
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba 

¡Oh miserable estado! ¡Oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día 
la causa y la razón porque lloraba! 

Por su parte, Ovidio recrea así la escena:

"Apenas terminada la súplica, una pesada torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se ciñen con una tierna corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en ramas; los pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas y su rostro es rematado por la copa; solamente permanece en ella el brillo."

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