Cuando los vikingos iniciaron su expansión por las vías fluviales de Rusia, Constantinopla (la actual Estambul) era el centro floreciente, cargado de riquezas, del Imperio Bizantino. Constantino trasladó a aquella ciudad muchas de las riquezas de Roma, al instalar ahí su capital en el año 330; los mejores artífices de la Cristiandad habían producido magníficos ornamentos religiosos. La áurea Constantinopla atraía a los vikingos con una fuerza irresistible: para comerciar, saquear y combatir. La ciudad asentada a las orillas del Bósforo, a ambos lados de una ensenada llamada Cuerno de Oro, era muy accesible pero estaba fuertemente defendida. Sin embargo, era cuestión de tiempo para que algunos vikingos muy osados recorrieran todo el curso del Dnieper hasta alcanzar el Mar Negro. Dos lugartenientes de Rurik, llamados Askold y Dir, dirigieron el primer ataque hacia la capital de Bizancio. Con objeto de obtener un rico botín, avanzaron en sus naves por la orilla occidental del Mar Negro para presentarse ante las murallas de Constantinopla con una flota de doscientas velas.
Habían elegido el momento. El emperador Miguel III el Borracho había partido al frente de su escuadra para combatir con los sarracenos. La guarnición bizantina hubiera podido repeler el asalto de los vikingos, pues tenía altas murallas, pero según la Crónica Antigua, Constantinopla no necesitaba apelar a las armas para defenderse. El obispo de la ciudad se limitó a tomar las vestiduras de la Virgen que se veneraba en la capilla Blachernae y las sumergió en las aguas del Bósforo. Inmediatamente "alzóse un vendaval y un tremendo oleaje, causando gran confusión entre las naves de los impíos "rus", que fueron arrojadas a las orillas y destrozadas, siendo muy pocos los que escaparon a tal destrucción y pudieron regresar a sus lares.
Constantinopla seguía brillando tentadoramente ante los ojos de los vikingos rusos. Sus tesores les parecían el premio más fabuloso que podían alcanzar. Según la Crónica Antigua, Oleg se dirigió en 907 hacia Constantinopla con 80 mil hombres embarcados en dos mil naves. Los bizantinos cerraron las puertas de su amurallada ciudad, pero Oleg halló el medio de penetrar en los suburbios y saquearlos. Un cadena cerraba el paso al puerto, llamado el Cuerno de Oro, pero Oleg, fértil en recursos, varó sus naves, puso ruedas a algunas de de ellas y avanzó a campo traviesa. Esto hizo ver al emperador bizantino hasta dónde llegaba la determinación de los vikingos; finalmente, aprovechando una tregua , les ofreció tributos y firmó con ellos un tratado muy favorable para los invasores.
Este acuerdo comercial suscrito entre los vikingos y los bizantinos estipulaba que aquellos sólo podían entrar a Constantinopla por una puerta determinada, en pequeños grupos desarmados. Pero los vikingos más atrevidos acariciaban el sueño de verse libre en las ciudad, para entregarse al robo y el saqueo. Igor sucesor de Oleg, no pudo resistir la tentación de probar suerte y asaltar la capital bizantina. Navegó Dnieper abajo con una flota compuesta por mil naves, según unos informes. Cuando Igor llegó frente a Constantinopla, toda la armada bizantina, salvo 15 naves, se hallaba de nuevo en alta mar, persiguiendo a los sarracenos. Un valeroso almirante bizantino armó aquellos cascarones de nuez con una máquina que arrojaba fuego griego y se hizo a la mar para proteger los accesos del Bósforo. Las naves bizantinas arrojaron fuego sobre las embarcaciones abiertas de los vikingos, achicharrando a sus ocupantes. Los invasores se retiraron de la ciudad. Poco después los nórdicos sufrirían otra derrota.
Cabe destacar que los emperadores bizantinos buscaban con afán guerreros altos y fuertes para su guardia personal, y ésta estuvo formada por vikingos, la famosa "guardia varega". El valor que tenía esta guardia para el emperador, no sólo estribaba en la destreza y la valentía de los guerreros vikingos, sino en su incorruptible fidelidad después de pronunciar su juramento de vasallaje y obediencia.
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