En dos diálogos, Platón cuenta que Solón, al efectuar su viaje a Egipto, había consultado a los sacerdotes, y que uno de ellos, residente en Sais, en la delta del Nilo, le había dado a conocer antiquísimas tradiciones relativas a una guerra sostenida en otro tiempo por Atenas contra el pueblo de los Atlantes. Este relato, iniciado en el Timeo, se reanuda y desarrolla en el fragmento que poseemos del Critias. Los Atlantes -había dicho el sacerdote egipcio- habitaban una isla que se extendía frente a las columnas de Hércules cuando se salía del Mediterráneo para entra en el Océano. Al repartirse los dioses la tierra, Atenas había correspondido a Atenea y a Hefesto, mientras que la Atlántida había tocado a Poseidón. En ella vivía Clito, una doncella que había perdido a sus padres, Evenor y Leucipe. Poseidón se enamoró de ella. Clito residía en la montaña central de la isla, y el dios construyó, entorno a su mansión, un cercado de muros y fosos hechos de agua. Allí vivió con ella mucho tiempo y le dio cinco veces gemelos, el mayor de los cuales se llamaba Atlante. Poseidón le concedió al supremacía. Dividió el territorio de la isla en diez porciones. Atlante reinó en la montaña central y desde ahí ejercía su poder. La isla de la Atlántida era rica en exceso, tanto por la flora como por sus existencias minerales. Encontrábase allí en abundancia no sólo oro, cobre, hierro, etcétera, sino también "oricalco", un metal que brillaba como el fuego. Los reyes de la Atlántida edificaron magníficas ciudades, llenas de subterráneos, puentes, canales y pasos complicados, que facilitaban la defensa y el comercio. En cada una de las diez circunscripciones gobernaban los descendientes de los dos reyes primitivos, hijos de Poseidón y Clito. El descendiente de Atlante ejercía su soberanía sobre todos los demás. Todos los años se reunían en la capital para celebrar una ceremonia especial en la que se entregaban a una caza ritual del toro y comulgaban bebiéndose la sangre del animal degollado. Después se juzgaban mutuamente, revestidos de una gran ropaje azul oscuro, en plena noche, sentados en las cenizas aun calientes del sacrificio, y tras de haber sido apagadas todas las lámparas. Aquí termina el fragmento que se conserva del diálogo.
Estos Atlantes habían tratado de subyugar al mundo pero habían sido vencidos por los atenienses nueve mil años antes de la época de Platón. Según una tradición bastante distinta, referida por Diodoro de Sicilia, los atlantes eran vecinos de los Libios, y fueron atacados por las amazonas. Según Platón, los Atlantes y su isla habían desaparecido por siempre debido a un cataclismo.
Texto cortesía del experto en cultura romana y griega, Pierre Grimal.
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