Bába Yagá se describe en los relatos como una anciana arrugada sentada en un banco de madera o calentándose junto a su hogar. Para viajar, se metía en un gran mortero y cruzaba el cielo propulsándose con la mano del mortero. Mientras volaba, provocaba fuertes tormentas. Su plato favorito eran los niños, a quienes capturaba y engullía. Según ciertas fuentes, la bruja podía convertir a la gente con su mirada, y una vez en su casa, la devolvía a su estado normal para comérsela. Bába Yagá usó los huesos de sus víctimas para erigir una horrenda casa encantada que sembró el pánico en muchos kilómetros a la redonda. Decoraba su valla los cráneos de los niños que había matado, empleándolos como faroles. Su casa también podía alzarse sobre un par de patas de gallina para así perseguir a la gente.
Por otro lado, Vassilisa era una muchacha que vivía con sus ancianos padres en una aldea. Su madre enfermó, y antes de morir, le regaló una muñeca mágica que le aconsejaría si le ofrecía ricos manjares. Su padre volvió a casarse, y Vassilisa no agradó a su madrastra ni a sus hermanastras que le encargaron realizar las tareas domésticas más duras. Un día que se necesitaban velas para iluminar las lámparas del hogar, su madrastra la envió por unas cuantas a la casa de Bába Yagá. Pero la bruja, en vez de darle velas, le mandó labores imposibles de realizar. Vassilisa llevó a cabo todas las tareas con la ayuda de su muñeca, pero la bruja le daba cada vez más trabajo. Al ver que aquello no tendría fin, Vassilisa huyó de noche mientras la bruja dormía y se llevó uno de sus cráneos que usaba como faroles en su valla.
Algunos dicen que además del consejo de su muñeca, Vassilisa también fue ayudada por el gato de la bruja, quien le ayudó en venganza del maltrato que le propinaba su ama. Cuando Vassilisa llegó a su hogar con el cráneo de Bába Yagá, sus llameantes ojos relucieron ante su madrastra y hermanastras, que se convirtieron en cenizas.
0 comentarios:
Publicar un comentario