Esta es la diosa más importante de la mitología japonesa por dos razones: una, porque es antecesora directa de los emperadores; la otra, por ser el Sol, es decir, la única existencia benigna contra las odiosas tinieblas. No hay evidencia de la devoción de los japoneses por el Sol. Algunos piensan que el culto se inventó, porque no hay pruebas arqueológicas de que se venerara al Sol; otros creen, por los mitos de otros pueblos asiáticos sedentarios, que si existía la costumbre de adorar al Sol, y que los pueblos dominantes imponían estas creencias en el transcurso de la conquista. Un ejemplo es el mito:
Los dioses, reunidos a la orilla de la Vía Láctea levantaron un árbol junto a la cueva donde se escondía la diosa del Sol y colgaron de él un espejo, collares y telas preciosas e hicieron que un gallo cantara varias veces. Sobre una cuba invertida trepó una diosa y empezó a bailar tamborileando con los pies. Al verla los dioses echaron a reír porque bailaba frenéticamente y desnuda. La diosa escondida queriendo saber que ocurría, entreabrió la puerta de piedra y se asomó, un dios que esperaba afuera, tiró con fuerza de su mano y la sacó y así volvió la luz al mundo. Los dioses capturaron a Susano-o y lo deportaron del Cielo, después de quitarle la barba y uñas.
En este texto se alude a un eclipse solar, o hay quienes piensan que este relacionado con la recuperación anual de la fuerza solar, pues en el solsticio de invierno la corte realizaba una ceremonia con el fin de reforzar el Sol, la cual incluía elementos parecidos a los del mito citado.
Otro punto que llama la atención lo constituye el que fuera diosa y no dios, ya habla de la importante función que como medium desempeñaban las mujeres en la antigüedad, por lo que esta personificación representaba tanto a la sacerdotisa como al mismo Sol.
La suprema diosa solar pensó que el país debía ser regido por su hijo, pero al mirar hacia abajo desde el puente celestial encontró que aún había demasiados trastornos en el país. Así pues, reunió a los dioses en una junta y de entre ellos se eligió un embajador encargado de pacificar al país. El enviado, sin embargo, se dejó envolver por las gentiles palabras de Okuninushi, y prefirió quedarse allí y nunca regresó. Se envió a un segundo embajador que tampoco volvió. Los dioses lo intentaron una tercera vez y enviaron a un faisán. Pero el segundo embajador lo mató con una flecha y dijo "Su voz era muy mala". La flecha atravesó el pecho del faisán y llegó hasta el Cielo. Un dios la tomó, la arrojó hacia abajo y mató al mal embajador.
La siguiente ocasión enviaron a un dios muy temerario, que bajó a la playa de Izumo. Allí clavó su espada en la arena y con voz de trueno dijo: "¡La tierra que ocupas pertenece al hijo de la suprema diosa!", al oirlo uno de los hijos de Okuninushi huyó a esconderse. Otro desafió al dios, fue vencido y también huyó. Entonces Okuninushi decidió someterse. La diosa suprema ordenó a su hijo que bajara a gobernar el país, pero él dijo: "Será mejor que vaya mi hijo Ninigui, ya que es más inteligente y valiente que yo". La diosa siguió el consejo y envió a Ninigui, acompañado por cinco dioses y con tres tesoros: un espejo de bronce, una espada de hierro y una piedra preciosa, hasta la fecha símbolos del poder imperial.
El dios-príncipe Ninigui se enamoró de la hermosa Konohana-sakuyahime, la pidió en matrimonio a su padre-dios. Éste se la envió gustosamente junto con su otra hija, pero Ninigui devolvió a la hermana porque la encontró fea. El padre-dios enojado le dijo "Te envié a mi otra hija para que pudieras vivir eternamente, como una piedra, pero como la has desdeñado, tu vida será tan corta como la de una flor".
El antropólogo inglés J. G. Frazer denominó a este tipo de mitos comunes en Malasia e Indonesia, "del tipo plátano", porque en ellos la vida se compara con dicha fruta.
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