Si el infierno es una casa, la casa de Hades, es natural que un perro la guarde; también es natural que a ese perro lo imaginen atroz. La Teogonía de Hesíodo le atribuye cincuenta cabezas; para mayor comodidad de las artes plásticas, este número ha sido rebajado y las tres cabezas del Cancerbero son del dominio público. Virgilio menciona sus tres gargantas; Ovidio, su triple ladrido; Butler compara las tres coronas de la tiara del Papa, que es portero del Cielo, con las tras cabezas del perro que es portero de los Infiernos. Dante le presta caracteres humanos que agravan su índole infernal: barba mugrienta y negra, manos uñosas que desgarran, entre la lluvia, las almas de los réprobos. Muerde, ladra y muestra los dientes.
Sacar al Cancerbero a la luz del día fue el último de los trabajos de Hércules. Un escritor inglés del siglo XVIII, interpreta así la aventura:
"Este perro con Tres Cabezas, denota el pasado, el presente y el porvenir, que reciben y como quien dice, devoran todas las cosas. Que fuera vencido por Hércules prueba que las acciones heroicas son victoriosas sobre el Tiempo y subsisten en la memoria de la posteridad.
Según los textos más antiguos, el Cancerbero saluda con el rabo (que es una serpiente) a los que entrar al Infierno, y devora a los que procuran salir. Una tradición posterior hace morder a los que llegan; para apaciguarlo era costumbre poner en el ataúd un pastel de miel.
Texto de: Jorge Luis Borges, El libro de los seres imaginarios.
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