La leyenda ha descrito de forma fantástica el estado del Nirvâna a que Buda había llegado en ese momento. Lo que sucedió en realidad, podemos imaginarlo por la doctrina que después Buda enseñó acerca de sí mismo. La iluminación que Buda experimento bajo el árbol, que ahora es sagrado, no fue otra cosa sino una intuición profunda de la propia realidad del hombre y de su intuición en el universo. De esta manera, superó la preocupación por la propia individualidad y por el acontecer imprevisto y atormentador; y alcanzó la serenidad imperturbable de aquél que se siente por encima de todos los acontecimientos.
Según la tradición habría permanecido Buda una semana entera bajo el árbol, gozando y madurando su propia iluminación. Buda habría permanecido todavía otras tres semanas en el mismo lugar, pero sentía la necesidad imperiosa de comunicar a los demás su secreto y hacerlos participantes del principio de la salvación que él había descubierto. Por eso retornó a Benares, a encontrar a los cinco compañeros de penitencia y explicarles la nueva doctrina o Dharma que él había intuido. Los monjes creyeron en un principio que regresaba a reintegrarse en la vida de penitencia. Pero Buda les aclaró su nuevo situación y ellos no pudieron resistir el impulso de la nueva doctrina y de la nueva personalidad que en realidad estaba revistiendo el Iluminado. Éste aparecía ahora bajo una luz diferente: era su conciencia de que iba a dar al mundo una nueva religión y sentía la responsabilidad de ser él el fundador. Desde ese momento la asumió con toda energía y dedicó toda su vida a la propagación de la religión, que él mismo predijo debía extenderse de forma maravillosa.
El resto de la vida de Buda, cuarenta y cinco años más, fue un incesante ir y venir, fue un incesante ir y venir, especialmente de la región entorno al Ganges, predicando su nueva doctrina a todos. No solo a los que aspiraban a una vida de perfección monástica, sino también a los laicos. Es verdaderamente sorprendente el éxito que Buda logró en su vida. Le siguieron miles de monjes (bhikshu) que se establecieron en numerosos monasterios (vihâra) en todos los cuales la vida y la doctrina se profesaba de acuerdo con las enseñanzas y la vigilancia inmediata y sobre todo, con la extraordinaria autoridad que Buda había logrado. Los ansios de seguir la vida de abnegación a la que llamaba Buda, renunciaban al mundo, hacía profesión especial y entraban al monasterio, abandonándolo todo. Era una vida de pobreza, de mendicidad, de austeridad y en especial de represión de todos los deseos individuales, para poder lograr la iluminación y la salvación. A los que habían llegado ya a la perfección en la doctrina de Buda se le llamaba Santos (Arhat). Pero Buda predicaba también a los príncipes y a los militares, lo mismo que a los campesinos y a las clases pobres. Tuvo entre las mujeres algunas seguidoras fervorosas.
Buda que alcanzó la iluminación en la meditación y la predicaba, así como al autoconcienca llevaba una vida muy activa, pero nunca perdía la serenidad impasible que logró en la iluminación bajo el árbol pipal en Vesaka. Ya siendo viejo, decía a su monje predilecto Ânanda: "Solamente cuando el Tathâgata, dejando de atender a todas las cosas externas, o de experimentar toda sensación queda abismado en aquella devota meditación del corazón, que se refiere a los objetos no materiales, solo entonces el cuerpo del Tathâgata se encuentra bien." Buda tenía conciencia de que estaba predicando una nueva religión y que estaba destinada para todos los hombres. Cuando, a causa de sus sufrimientos corporales y de sus pruebas, fue tentado por el espíritu del mal (Mâra) para que se suicidase, él respondió: "Yo no moriré hasta que esta pura religión mía haya llegado a tener éxito y sea próspera y ampliamente extendida y popular en su plena extensión, hasta que, en una palabra, haya quedado bien promulgada entre los hombres".
El mismo Sûtra, que ha recogido las últimas enseñanzas y peregrinaciones de Buda para extender su doctrina, nos decía la avanzada edad a que había llegado y los muchos achaques que el fundador sufría, en sus palabras: "Ya estoy llegando a los ochenta años de edad; así como un carro viejo ya no puede seguir marchando sino con muchos cuidados adicionales, tampoco yo puedo seguir viviendo sino con extraordinario cuidado," Es destacable que en la religiosidad de Buda no se encuentra una referencia explicita a Dios o a una realidad trascendente. Sus enseñanzas se mantienen en un plano ascético y moral. En el Sûtra que nos refiere "el gran destino de Buda" no encontramos una referencia propiamente religiosa. Su muerte tiene un carácter estrictamente filosófico-moral. Sus últimas palabras fueron: "Escuchad, pues, ahora, hermanos. Yo os exhorto diciendo: la destrucción es inherente a todas las cosas compuestas. Trabajad vuestra salvación con diligencia. Esa fue la última palabra de Tathâgata".
Después de la muerte, su cuerpo fue quemado con grandes honores. Los príncipes, monjes y el pueblo mostraron un extraordinario dolor, al mismo tiempo que veneración por los restos del Tathâgata. Sin duda que la cremación debió hacerse con los rituales propios del hinduismo. Pero en la relación del Sûtra que describe como fue quemado el cuerpo del Tathâgata, como fueron sus cenizas colocadas en una urna de oro con gran honor y devoción, y cuan dolorosa fue para todos su muerte, no encontramos tampoco las más intimas referencias de religiosidad. Sin embargo, era indudable que Buda acababa de fundar una sociedad, cuya expresión y estructura externa, como también su espíritu eran propios de una religión.
El resto de la vida de Buda, cuarenta y cinco años más, fue un incesante ir y venir, fue un incesante ir y venir, especialmente de la región entorno al Ganges, predicando su nueva doctrina a todos. No solo a los que aspiraban a una vida de perfección monástica, sino también a los laicos. Es verdaderamente sorprendente el éxito que Buda logró en su vida. Le siguieron miles de monjes (bhikshu) que se establecieron en numerosos monasterios (vihâra) en todos los cuales la vida y la doctrina se profesaba de acuerdo con las enseñanzas y la vigilancia inmediata y sobre todo, con la extraordinaria autoridad que Buda había logrado. Los ansios de seguir la vida de abnegación a la que llamaba Buda, renunciaban al mundo, hacía profesión especial y entraban al monasterio, abandonándolo todo. Era una vida de pobreza, de mendicidad, de austeridad y en especial de represión de todos los deseos individuales, para poder lograr la iluminación y la salvación. A los que habían llegado ya a la perfección en la doctrina de Buda se le llamaba Santos (Arhat). Pero Buda predicaba también a los príncipes y a los militares, lo mismo que a los campesinos y a las clases pobres. Tuvo entre las mujeres algunas seguidoras fervorosas.
Buda que alcanzó la iluminación en la meditación y la predicaba, así como al autoconcienca llevaba una vida muy activa, pero nunca perdía la serenidad impasible que logró en la iluminación bajo el árbol pipal en Vesaka. Ya siendo viejo, decía a su monje predilecto Ânanda: "Solamente cuando el Tathâgata, dejando de atender a todas las cosas externas, o de experimentar toda sensación queda abismado en aquella devota meditación del corazón, que se refiere a los objetos no materiales, solo entonces el cuerpo del Tathâgata se encuentra bien." Buda tenía conciencia de que estaba predicando una nueva religión y que estaba destinada para todos los hombres. Cuando, a causa de sus sufrimientos corporales y de sus pruebas, fue tentado por el espíritu del mal (Mâra) para que se suicidase, él respondió: "Yo no moriré hasta que esta pura religión mía haya llegado a tener éxito y sea próspera y ampliamente extendida y popular en su plena extensión, hasta que, en una palabra, haya quedado bien promulgada entre los hombres".
El mismo Sûtra, que ha recogido las últimas enseñanzas y peregrinaciones de Buda para extender su doctrina, nos decía la avanzada edad a que había llegado y los muchos achaques que el fundador sufría, en sus palabras: "Ya estoy llegando a los ochenta años de edad; así como un carro viejo ya no puede seguir marchando sino con muchos cuidados adicionales, tampoco yo puedo seguir viviendo sino con extraordinario cuidado," Es destacable que en la religiosidad de Buda no se encuentra una referencia explicita a Dios o a una realidad trascendente. Sus enseñanzas se mantienen en un plano ascético y moral. En el Sûtra que nos refiere "el gran destino de Buda" no encontramos una referencia propiamente religiosa. Su muerte tiene un carácter estrictamente filosófico-moral. Sus últimas palabras fueron: "Escuchad, pues, ahora, hermanos. Yo os exhorto diciendo: la destrucción es inherente a todas las cosas compuestas. Trabajad vuestra salvación con diligencia. Esa fue la última palabra de Tathâgata".
Después de la muerte, su cuerpo fue quemado con grandes honores. Los príncipes, monjes y el pueblo mostraron un extraordinario dolor, al mismo tiempo que veneración por los restos del Tathâgata. Sin duda que la cremación debió hacerse con los rituales propios del hinduismo. Pero en la relación del Sûtra que describe como fue quemado el cuerpo del Tathâgata, como fueron sus cenizas colocadas en una urna de oro con gran honor y devoción, y cuan dolorosa fue para todos su muerte, no encontramos tampoco las más intimas referencias de religiosidad. Sin embargo, era indudable que Buda acababa de fundar una sociedad, cuya expresión y estructura externa, como también su espíritu eran propios de una religión.
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