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miércoles, 14 de junio de 2017

Biografía de Buda (Primera Parte)

Muy poco se conoce de la vida de Buda. Ninguna fecha precisa, ninguna frase que haya salido de los labios del Maestro con plena certeza. Sólo consta que hacia el siglo VI, un personaje, de cuya realidad histórica es imposible dudar, predicó una nueva concepción de vida que se apartaba del hinduismo tradicional de su tiempo, basándose en las "cuatro verdades" sobre el dolor y en el Nirvâna como liberación de la existencia dolorosa; que con esta doctrina atrajo numerosos discípulos organizados en vida monástica, y dio lugar a un gran movimiento ascético religioso, que recibió el nombre atribuido a su fundador, Buda. En síntesis: un personaje histórico, una predicación, la creación de un nievo movimiento religioso frente al hinduismo tradicional, esto es todo lo que sabemos de cierto. Las demás circunstancias, no las podemos conocer con certeza histórica. Es difícil discernir los elementos históricos de los legendarios.



Buda nació hacia la mitad del siglo VI, al rededor del año 566 a. C., vivió al rededor de 80 años. Su muerte, la fecha del Nirvâna se sitúa alrededor del años 485 a. C. Nació en Kapilavastu, región actual de Nepal. El lugar se halla a unos 160 kilómetros al norte de Benares, y por tanto cerca de la región del Himalaya, de donde se quiere hacer surgir el espíritu del hinduismo. Fui hijo de la familia Gautama, príncipes de la tribu de los Shâkya, pertenecientes a la casta de los militares o kshstriyas. El padre se llamaba Suddhodana y la madre Mâvâ. Pero como esta murió siete días después de dar a luz, el niño quedó a cargo de su tía materna Mahâprajâpati. Le pusieron el nombre de Siddhârtha, educado como era de suponer, en el cuidado y lujo de aquella corte oriental, a los dieciséis años lo casaron con la princesa Bimba, llamada también Yashodharâ, la cual tenía la misma edad que él. A los veinte años tuvieron su primer hijo, a quién se le puso por nombre Râhula.

La conversión de Buda se halla unida al nacimiento de su primer hijo. Según parece el rey había mantenido al príncipe Siddhârtha en el palacio, para que la miseria de la vida no perturbara su felicidad. Pero con motivo del nacimiento de su hijo, el príncipe fue autorizado a dar un paseo acompañado de su cochero. A su paso por la ciudad, y entre las aclamaciones, según se supone del público, que lo felicitaba por el hijo que le había nacido, el príncipe Siddhârtha vio cuatro aspectos de la vida humana que lo hicieron reflexionar y cambió totalmente su género de vida: un anciano, un enfermo, un cadáver y un asceta. Ello le produjo una fuerte impresión sobre la caducidad de los placeres y de toda la vida humana. Y esa misma noche huyó de su casa abandonando a su familia, su esposa, y su hijo recién nacido, y se refugió en la soledad a las ordenes de dos grandes ascetas.

Pronto se reúne con cinco compañeros con los que pasa seis años en la practica de las más duras penitencias. Es evidente que el objeto del ascetismo es obtener la paz interior. Esa paz interior que da el dominio sobre las propias pasiones, que da la comprensión de la vida humana y la liberación de todo lo que puede perturbar el espíritu. Sin embargo parece que Buda no alcanzó este anhelado objetivo por el cual había renunciado a la vida de placeres y de felicidad mundana del palacio. Por el contrario, lo único que había logrado, en vez de extinguir sus inquietudes y obtener la paz, era acabar con su salud. Las penitencias corporales había debilitado su cuerpo, pero no le habían dado la paz espiritual que buscaba. Esta experiencia abrió el camino a Buda para una nueva vida. Abandonó, pues, a sus cinco compañeros y la vida de penitencia que con ellos llevaba y, afrontando las críticas de estos, pues le echaban en cara que iba a volver a las comodidades del mundo, se retiró a un lugar solitario, dispuesto a encontrar la solución a los problemas humanos que buscaba, no por la vía des ascetismo riguroso que mata el cuerpo, sino por la vía de la contemplación y meditación. este lugar fue Vaseka, no lejos de Benares. Allí quedó para meditar por sí solo sobre el problema y el misterio de la existencia humana.

Por fin un día, o mejor una noche de luna llena, como dicen las historias, mientras se hallaba sentado en meditación, según su costumbre, empeñado en hallar la explicación del enigma de la existencia, de repente tuvo una iluminación interior que le reveló el sentido profundo y el misterio total de la vida humana y el camino que lleva a la perfecta felicidad. El mismo, con esta iluminación, sintió haber traspasado las fronteras del dolor y de la angustia que afligen a los mortales. Desde ese momento el asceta Gautama se llamó a sí mismo Buda, es decir, el Iluminado. El estado de felicidad al que había llegado le llamó Nirvâna. El peso doloroso de la existencia, las ataduras del tiempo y del espacio, la amenaza de la muerte, ya no eran para él motivo de dolor. Todo lo había neutralizado y lo había llevado a un estado de serena felicidad. Más aún, incluso había superado la sujeción a nuevas existencias o reencarnaciones que prolongarían el dolor en la tierra. Porque con el Nirvâna él se había liberado también de la cadena del samsâra, formado por las sucesivas muertes y renacimientos. Por eso no volvería a reencarnar jamás.

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