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domingo, 12 de noviembre de 2017

SACRIFICIOS EN MESOAMÉRICA




En el universo religioso de la Mesoamérica precolombina los sacrificios constituían un papel fundamental. La finalidad de los sacrificios era ofrecer un don a los Dioses; bajo la perspectiva de estos pueblos la ofrenda más valiosa era la sangre, considerada la linfa vital y regeneradora. Los testimonios arqueológicos muestran cómo, desde los albores de la civilización, se inmolaron animales y humanos en honor a las divinidades, para mostrar su agradecimiento o también para aplacar su ira en casos de carestía.

El tecpatl, un cuchillo era de los instrumentos más usados durante los sacrificios. 

Entre los mayas los animales elegidos eran los jaguares, que encarnaban la fuerza divina, pero también los perros, los colibríes y los pavos. Los sacrificios acompañaban a los fenómenos astronómicos y a todo tipo de ceremonias: las fiestas del calendario, las coronaciones y los matrimonios de los soberanos y los ritos dedicatorios de los templos y edificios importantes. Entre los mexicas, los olmecas y los mayas se practicaba un ritual todavía más complejo: el llamado "autosacrificio", que consistía en la pérdida de la propia sangre, inflingiéndose heridas en varias partes del cuerpo. Muchos bajorrelieves mayas del Periodo Clásico describen este ritual:

Los soberanos y sus esposas, o bien los sacerdotes y chamanes, se perforaban la lengua y los órganos sexuales con objetos puntiagudos como cuchillos de obsidiana o espinas de maguey. Esta práctica, junto con la danza y la ingestión de drogas, los orillaba a entrar a un estado de trance y a tener visiones de tipo alucinatorio. 


Chac Mool

El autosacrificio se realizaba para alimentar a la Tierra con la linfa vital y así tener una abundante cosecha. En el Periodo Postclásico, como resultado de la invasión tolteca, los sacrificios adoptaron un aspecto aún más obsesivo y macabro respecto a las épocas anteriores; en muchas ciudades, como Tula y Chichén Itzá, aparecieron los chac mool, en forma de hombre tendido. Las crónicas informan que en la última fase del Imperio mexica, para satisfacer la sed del Dios Huitzilopochtli, en el Templo Mayor de Tenochtitlán podían inmolarse en un solo día, miles de prisioneros:el hedor de la sangre que empapaba los muros y las escalinatas del templo era tan fuerte que los nobles tenían que taparse la nariz con pañuelos perfumados. La dimensiones alcanzadas por esta práctica provocó odio en las poblaciones sometidas y terminó por minar los cimientos del Imperio.

Diego Durán ha descrito con horror los sacrificios humanos practicados por los mexicas. Esta ilustración, proveniente de "La Historia de las Indias", muestra a algunos sacerdotes que, tras haber abierto el pecho de una víctima, recogen su sangre en un recipiente. 



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