"La costumbre más indecorosa de Babilonia -señala Herodoto- es la que obliga a toda mujer del país a permanecer en el templo de Afrodita una vez en su vida y yacer con cualquier extraño...Cuando una mujer ha ocupado allí su lugar, no puede abandonarlo hasta que un hombre ha arrojado dinero en su regazo y se ha unido a ella fuera del templo. Al arrojar la moneda, debe decir: "Te solicito en nombre de Mylitta", que es el nombre asirio de Afrodita... Tras el acoplamiento, la mujer queda santificada a los ojos de la diosa, y regresa a su casa. En lo sucesivo, ningún soborno será bastante para obtener de nuevo sus favores. Las mujeres hermosas, claro está, pronto están listas para partir, pero sucede a veces que las poco agraciadas deben aguardar varios años. Se observa una costumbre como ésta en algunas partes de Chipre.
Mylitta era la diosa madre Ishtar, la cual derivaba de la sumeria Inanna, diosa de la fertilidad y el amor. En la mitología babilónica, Ishtar, esposa y hermana de Tammuz, el Dumuzi sumerio, descendió al mundo inferior como una figura hostil y amenazadora, hasta el punto de que Ereshkigal palideció al aproximársele. Sin embargo, fue vencida y muerta, con el resultado para la tierra de que los manantiales de la fertilidad se secaron. Ea logró su libertad sirviéndose de un brillante eunuco que cautivó el corazón de la señora de la infecundidad y la muerte.
Un fragmento acadio describe el lamento de Ishtar por Tammuz, cuya muerte, resurrección y matrimonio anuales señalan poderosamente un ritual de fertilidad relacionado con el ciclo agrario. Su culto se extendió a Canaán, donde el profeta Ezequiel se quejaba amargamente de que incluso "a la puerta de la casa del Señor...se sentaran mujeres llorando por Tammuz".
Como diosa de la guerra, Ishtar era especialmente honrada en Asiria. Portaba un arco y un carcaj, y su aspecto belicoso lo acentuaba una barba similar a la del dios Ashur. Las inscripciones atestiguan que Ishtar tomaba parte en la elección del rey. Estaba convencido de su divina elección Asurnasirpal II, un monarca recordado por la severidad del tratamiento que dispensaba a los rebeldes y a los enemigos irreducibles. Adoptó la práctica de desollar vivos a los prisioneros o de cortarles las manos.
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