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miércoles, 10 de mayo de 2017

QUETZALCÓATL: LA SERPIENTE EMPLUMADA


Era el dispensador de la respiración y el dios de los vientos. Al mismo tiempo, Quetzalcóatl era una divinidad creadora, identificada con el sol. Descendió al país de los muertos, el mictlan, donde "cayó como un muerto". Cuando se recuperó, posiblemente ayudado por su doble, recogió los preciosos huesos que encontró allí, volvió a la tierra y, mojando los huesos con su propia sangre, los convirtió en seres humanos. 

El misterio que rodea la figura de Quetzalcóatl proviene del carácter dual de esa divinidad. Por una parte es, evidentemente, la divinidad central en un mito asombroso, y por la otra, en su aspecto de hombre, ha adquirido el estatus legendario de un héroe fundador cultural. En su Historia de las cosas de Nueva España, escrita en el siglo XVI, fray Bernardino de Sahagún, nos informa que en la ciudad de Tollan reinó durante muchos años un rey llamado Quetzalcóatl, hombre de excepcionales virtudes morales que gozaba entre los nativos de una consideración especial. La pirámide dedicada a esta deidad en aquella avanzada fue construida por los toltecas, de los cuales Quetzalcóatl había sido el noveno de ellos. Tres siglos después de producirse el colapso del poder tolteca, los gobernantes aztecas se complacían en autodenominarse "sucesores de Quetzalcóatl". Dicho gobernante introdujo la práctica del cultivo del maíz, además del arte de tejer, de pulimentar las piedras y de fabricar mantos de plumas; también enseñó a los hombres a medir el tiempo y a estudiar los movimientos de las estrellas. Además, inventó el calendario y fijó el orden de las ceremonias y de los días de plegarias, y comentó doctrinas religiosas para su pueblo.

El mito relata la caída y exilio de Quetzalcóatl. Su enemigo fue Tezcatlipoca, un jefe guerrero, que debilitó al rey "dándole su cuerpo". Es decir que tentó al dios con la ebriedad y la sensualidad. Entonces, consumido su corazón por la angustia, y después de simular su muerte en una caja de piedra, Quetzalcóatl ordenó a sus súbditos que abandonaran la ciudad de Tollan. Mandó quemar su palacio y enterrar sus tesoros y, poniéndose sus insignias de plumas y su máscara verde, partió presa de una gran aflicción. Al llegar a la orilla del mar, Quetzalcóatl se inmoló en una pira funeraria, y pájaros extraños surgieron de sus cenizas. Antes de morir anunció que un día regresaría. Tiempo después los españoles aprovecharían la profecía para conquistar los territorios americanos. 

Texto: Mitos. Diccionario de mitología universal. Arthur Cotterell 

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