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sábado, 22 de julio de 2017

Era de Nara (Primera Parte)

Nara, la nueva capital
En Nara se encuentra el corazón del pueblo japonés. El lugar todavía existe con sus calles, templos, bosques, ríos y campos, mientras otras ciudades que fueron capital de Japón antes de Nara, han desaparecido. Allí floreció la autentica cultura pacíficamente y durante la primera mitad del siglo VIII se desarrollo la etapa clásica, al tiempo que en Chô-an (Cong-an) China, florecía la cultura de la dinastía Tô (Tang).

Después de ser durante 16 años la capital de Japón, la ciudad de Fujiwara fue abandonada para construir una eternamente nueva: Nara, en el año 710. Sabemos de este acontecimiento por un escrito de la emperatriz Tenmei: "He estado demasiado ocupada para idear la construcción de la nueva capital, pero mis súbditos dicen que, obedeciento al Cielo y contemplado el aspecto de la Tierra,es necesario instalarla porque es la base de la eterna prosperidad del Imperio. Habiendo adivinado el aspecto del lugar, he decidido mudar la capital a Nara." Imitando a la capital China, Tô (Tang), edificaron la nueva ciudad perfectamente ordenada, de 4.2 kilómetros de este a oeste y 4.7 kilómetros de norte a sur. En aquel entonces un poeta cantó "La ciudad de Nara es más próspera que nunca, como el aroma de una flor en su plenitud". Actualmente aquella ciudad ha desaparecido y sólo sobrevive una ciudad que se encuentra en la actual Nara, pero aún conserva su antigua hermosura.

Vida de los nobles y los hombres comunes
La nobleza gozaba de una vida opulenta que en mucho se mantenía de la gran cantidad de tributos que recibía por medio de la corte. Casi a diario invitaban a otros nobles y con ellos compartían banquetes o componían poemas. Además de haber acumulado riquezas desde tiempos antiguos, los nobles recibían remuneraciones abundantes como oficiales de la corte, lo que aseguraba aún más su vida lleva de lujos. Tenían no solo recursos materiales, sino también humanos -mayordomos, guardias, mensajeros, sirvientes, etc.-, todo proporcionado por la corte, que no podía descuidarlos, pues por haber sido influyentes desde tiempos inmemoriales, incluso el poderoso emperador debía ser condescendiente y halagarles. Sin embargo, los nobles del siglo VIII, no eran tan refinados "Acuerdate de mi cuando veas esas pajas de arroz que yo planté", este poema, dicho por una noble, pone de manifiesto que en aquel entonces no era raro que los nobles trabajaran en el campo, por lo que estaban más cerca de los campesinos y sabían de agricultura.

El resto de las personas, es decir, la gente común, tenía una vida miserable. La ley estipulaba que cada varón mayor de seis años debía recibir un terreno de más o menos 2,100 metros cuadrados. No obstante, esto era insuficiente para subsistir después de haber pagado el tributo. Algunos piensan que esta gente pasaba hambre dos quintas partes de años, mientras otros aseguraban que esta tierra era suficiente para alimentarlos, aunque sobraría muy poco. Además, a pesar de que la ley ordenaba una distribución razonable, no era raro que las tierras otorgadas se encontraran a 10 kilómetros de la casa. Junto con los tributos en productor agrícola, la gente común tenía que pagar otras dos clases de impuestos: en tejidos y productos locales, para lo cual tenían que trabajar más. Pero su explotación no terminaba ahí: debían ofrecer su fuerza física para los trabajos públicos y el servicio militar.

En Man-yô-shû, cuya redacción data de fines del siglo VIII, se encuentran no pocos temas y canciones de la gente común, de lo que a continuación citamos uno: "Siempre que veo a mi marido va a pie, mientras que otros esposos van a caballo, lloro en voz baja y sufre mi corazón. Tengo un buen espejo y un chal, recuerdos de mi madre, compra con ellos un caballo, mi amado" Y el marido responde: "Si hiciera eso, iría a pie mi esposa mientras yo voy a caballo. Quiero que caminemos juntos pisando piedrezuelas". Tal vez el tono sea bucólico, pero refleja muy bien la vida de miseria que llevaban y estado de desesperación en que se hallaban debido a la requisa arbitraria de sus escasos bienes por el gobierno. Cuando se construyo la ciudad de Nara, se llevaron a muchos hombres a trabajar forzadamente sin recibir remuneración ni comida alguna, salvo en los periodos en que duraban las obras, por lo que no pocos hombres perecieron en el camino de regreso. Asimismo, se llevaron como soldado a uno de cada tres o cuatro hombres adultos en un plazo de tres años. En Man-yô-shû, también encontramos muchos poemas tristes "Dejé en casa a mis niños, que se agarraban a mis ropas, y que no tienen a su madre"

El Mundo de Man-yô-shû
En Man-yô-shû, se incluyen mas o menos 4500 poemas escritos tanto por emperadores como por campesinos anónimos. En aquellos tiempos se tenía la costumbre de recitar poemas, ya fuera por la emoción que les provocaba un paisaje hermoso, por el simple hecho de sentirse alegres o tristes o por estar enamorados. Así expresaban sus sentimientos de manera franca y rítmica, Cuando los redactaron, usaban las letras chinas para escribirlos. Estos poemas abarcan 450 años que van del siglo IV al siglo VIII, aunque la mayoría son de la segunda mitad del siglo VII y de la primera mitad del siglo VIII.

Después de la muerte del emperador Tenmu, su sucesora, la emperatriz Zitô, mandó a ejcutar al príncipe Ôtsu. Creemos que este imaginaba la suerte que le esperaba, pues fue a ver a su hermana quien vivía en un gran santuario imperial de Isé como sacerdotiza suprema. En el Man-yô-shû,incluye poemas de todas las clases sociales. Así, por ejemplo, encontramos el pintoresco poema de la emperatriz Zitô, que dice: "Al ver las blancas ropas tendidas, con el monte Kagu en el fondo, me doy cuenta de que se ha ido la primera y ha llegado el verano";  y otro mucho más artísticamente elaborado por un poeta noble: "Nunca olvido tu tierno corazón ni por un momento ni por un momento, es como el cuerno del venado que vaga en el campo durante el verano." O "Estoy preparando el lugar para acostarnos juntos, mientras mi novia esta de pie entre los arbustos del monte Yora", probablemente escrita por un joven campesino de manera explícita, aunque sin intención obscena.

Entre innumerables poemas se destacan los de Yamanoune-no-Okura, cuyos ojos se centraban en los pobre. He aquí su famoso Dialogo de la Penuria: "En la noche nieva con viento y lluvia. Como no tengo manera de protegerme del frío, muerdo la sal en gema y bebo vino crudo, tosiendo y sorbiendo por la nariz. Me paso la mano por la barba rala y me enorgullezco de ser el mejor humanista, pero aún así siento mucho frío; por eso me cubro con todas las ropas que tengo. En noches tan frías ¿cómo la pasarán los más pobres que yo? Sus padres estarán casi helados. Sus hijos y mujeres estarán llorando ¿y tú?. Dicen que el cielo y la tierra son espaciosos, pero a mi me parecen estrechos. Dicen que el sol y la luna son luminosos, pero a mi me parecen oscuros. ¿Le sucede así a toda la gente del mundo o sólo a mi? Nací hombre y trabajo como la mayoría. Y vivo vistiéndome de harapos sin algodón: como algas. En la choza mal hecha, extiendo las pajas sobre la tierra, acuesto a mis padres en la cabecera y a los pies a mis niños y a mi mujer, quienes se quejan y gimen al rededor de mí. No hay fuego en el fogón y las ollas tienen telarañas. Olvidamos como se cuece el arroz. Cuando hablamos en voy baja y desalentada, viene el capataz a la puerta y me grita con un látigo en la mano, exigiendo lo imposible ¿Es siempre así el camino de la vida humana?"

También escribió otros poemas como los que se refieren a sus hijos, a quienes amaba más que a nadie: "Ni plata, ni oro, ni piedras preciosas son valiosas. El más valioso tesoro son los hijos" Y después de salir de un banquete "Ya me voy. En casa estarán llorando mis hijos y su madre también estará esperándome".

Visión del mundo
Gracias al Man-yô-shû, cual era la mentalidad del pueblo en aquellos tiempos. En general era más vigorosa, más clara y franca que la actual. El pueblo imitaba y aprendía todo lo proveniente de China, la cultura avanzada, religión, calendarios, agricultura, leyes, letras, artes, artesanías, etc., y luego importó el budismo; no obstante, nunca perdió su originalidad de pensamiento.

En el fondo de la mente del pueblo japonés existía un profundo compromiso con las ideas del sintoísmo en un sentido amplio, esto es, venerar a la naturaleza, vivir con el corazón claro, puro y recto, y aceptar la propia suerte sin reservas. El sintoísmo formó la visión tradicional del pueblo japonés que nunca pudieron extinguir las formas de pensar extranjeras. Mejor dicho, el pueblo importó sus ideas de otros y las adoptó a través del sintoísmo. Éste formó en el pueblo un corazón realista, interesado solo en este mundo Odiaban y temían el otro mundo como representativo de lo intocable. Recordemos que en el mito en el que Izanagui visita a Izanami en el otro mundo, esta última había cambiado y su aspecto era horrible. Por este mismo temor ante lo desconocido, se propagó la adoración a Yakushi, pues este es el Buda que da buena salud y bienes terrenales. Por su parte el budismo mostraba al pueblo la vanidad de este mundo. En el Man-yô-shû, existe un poema que dice: "Cuando reconozcas que es vana la vida actual, me siento más y más triste" Sin embargo aquí no encontramos el tono pesimista que posteriormente tendría. Como entonces se vivía más cerca de los dioses y la gente aceptaba sumisamente de ellos la suerte que la otorgaban, en aquella época su vida era más clara, franca, es decir, optimista y realista. Una muchacha campesina cantó: "Esta noche otra vez me tomará la mano agrietada y se entristecerá el joven señor". Como no cabe duda de su condición discriminada, hay un matiz optimista en la queja

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